La educación en 2022: tres premisas para la recuperación

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la pandemia de COVID-19 ha ocasionado un incendio en el sector educativo alrededor del mundo; y si “nuestra casa está ardiendo, cualquiera que sea su tamaño, el color de las paredes o las dimensiones de la cocina, la prioridad es apagar el fuego”. Además de los efectos en los aprendizajes del alumnado, dado que las escuelas también son fuente de salud, nutrición y servicios psicosociales, sus cierres prolongados han ocasionado graves afectaciones en el bienestar integral de la niñez.

Cada gobierno ha reaccionado de manera diferente a fin de contrarrestar los efectos de la pandemia en la educación. Entre los Estados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, por ejemplo, se observan variaciones significativas en cuanto al número de días en los que las escuelas estuvieron completamente cerradas, a la manera en la que operaron las plataformas en línea durante dicho cierre, a la asignación de fondos públicos adicionales, a la priorización brindada a la vacunación del personal docente, así como al apoyo otorgado para el alumnado que enfrenta situaciones de especial vulnerabilidad para quedarse en la escuela. Ahora, más de dos años después del inicio de la emergencia sanitaria, es imperioso que cada sistema educativo se enfoque en recuperar los aprendizajes y fomentar que todas las personas puedan retomar sus caminos formativos. En las siguientes líneas planteo tres premisas de las que considero que debe partirse para emprender estos esfuerzos.

1. Tejer las soluciones como trajes a la medida

Una condición necesaria para apagar el fuego que describe la UNESCO es que cada gobierno considere que la recuperación de los aprendizajes y el bienestar del alumnado es una prioridad. Diversas experiencias internacionales revelan que cuando esto ocurre, incluso si se viven entornos adversos, es posible progresar. En la República de Corea, por ejemplo, después de la guerra (1950-1953) existían altas tasas de analfabetismo y pobreza extrema. Partiendo de la idea de que la educación era la mejor manera de salir de esa situación, el Estado coreano se comprometió a implementar programas de monitoreo en todas las escuelas, políticas educativas innovadoras y dinámicas en las que participaban diversos actores. En la actualidad, el alumnado del sistema coreano se desempeña en los niveles más altos de las evaluaciones internacionales de aprendizaje.

Esta posibilidad de lograr un progreso significativo permite observar la trascendencia que tienen tanto un diseño regulatorio como un modelo prestacional de los servicios educativos que sean adecuados a las necesidades de cada contexto. En el momento que estamos viviendo es fundamental procurar una regulación que sea lo suficientemente flexible para permitir acciones de innovación desde cada escuela y, en su caso, que incentive la escalabilidad de estas medidas. Si bien es conveniente considerar las experiencias que se han tenido en otros países y las buenas prácticas recomendadas por los organismos internacionales, no debe olvidarse que las soluciones que hayan tenido éxito en un país no necesariamente lo tendrán en otro.

Piénsese, por ejemplo, en el sistema educativo finlandés, considerado entre los mejores y más innovadores del mundo. Ahí existe un conjunto de factores económicos, sociales, políticos y culturales que explican -al menos en parte- el éxito del sistema educativo. Entre estos factores destaca el hecho de que el gobierno gestiona una serie de prestaciones que permiten que la gran mayoría de niños no se encuentren en situación de pobreza y que, desde su nacimiento, tengan acceso a los mismos programas de salud, nutrición y estimulación. Si bien en otros países escandinavos también se tienen estas condiciones, un elemento distintivo que explica la mejora ejemplar de Finlandia durante las últimas décadas radica en sus estrategias de formación inicial docente. Si cierta estrategia finlandesa de formación docente se traslada a otro sistema educativo, difícilmente se lograrán los mismos resultados debido a las diferentes circunstancias económicas, sociales, políticas y culturales de cada nación. Así, en el rediseño del régimen regulatorio de la educación funciona retomar la idea de Ariño Ortiz en el sentido de que el servicio público debe entenderse como un traje a la medida; las estrategias y potenciales soluciones deben seleccionarse para después ser adaptadas al escenario del que se trate.

2. Empoderar al personal directivo y docente de cada comunidad escolar

A raíz del Estudio de Igualdad de Oportunidades Educativas (comúnmente conocido como Estudio Coleman), desde la década de los sesenta en la investigación educativa se tendió a señalar que las condiciones estructurales socioeconómicas eran prácticamente el único factor relevante para el aprovechamiento del alumnado en las aulas. Si bien la relevancia de este factor continúa reconociéndose, avances metodológicos posteriores y técnicas estadísticas más avanzadas han mostrado que lo que cada estudiante vive en su escuela tiene un efecto en el rendimiento mucho mayor de lo que se pensaba. Especialmente, las personas con las que los estudiantes se relacionan de manera directa durante sus procesos formativos son un factor clave para la calidad de su educación y la formación de su autonomía.

Este cambio de pensamiento permite comprender que, tal como señala Muñoz-Izquierdo, “no existe fatalismo que nos impida mejorar” porque los problemas de aprendizaje no solamente son causados por fenómenos que se encuentran fuera del control de la escuela. Afortunadamente, existen márgenes de maniobra que quienes formamos parte de las comunidades educativas podemos aprovechar. En este sentido, el personal directivo y docente de cada escuela debe desarrollarse en un marco de libertad y autonomía que les permita tejer los trajes a la medida referidos en líneas anteriores. Son ellas, las personas a cargo de la dirección de la escuela y de las funciones docentes, quienes mejor conocen las necesidades del estudiantado. Consecuentemente, son ellas quienes tienen la posibilidad de construir soluciones focalizadas y adecuadas para evitar que las personas se queden atrás o, peor aún, decidan abandonar su educación. Ellas mismas, de la mano con las demás personas integrantes de las comunidades escolares, también pueden diseñar de manera atinada los protocolos a seguir para monitorear los casos de COVID-19 y evitar más contagios.

3. Colocar a la calidad y la igualdad como objetivos prioritarios (y simultáneos)

Desde antes de la pandemia, la crisis en los aprendizajes ya era un problema global. Incluso si asisten a la escuela, millones de personas alrededor del mundo alcanzan la edad adulta sin tener las habilidades básicas para resolver los problemas cotidianos de la vida, tales como calcular el cambio al comprar algo, comprender las instrucciones para tomar un medicamento o entender una promesa de campaña. Además de encontrarnos lejos de lograr los aprendizajes esperados, existen serios problemas de igualdad en el acceso a la educación y en las oportunidades que se tienen una vez que se ha ingresado. En México, por ejemplo, el grave problema de desigualdad social que existe se reproduce en el sector educativo. Quienes viven en condiciones de mayor vulnerabilidad -como las poblaciones rurales, indígenas o marginadas- suelen recibir los servicios educativos de menor calidad. Esta desigualdad se manifiesta mediante la generación de las llamadas brechas, que condicionan la calidad de los servicios que recibe cada persona según las circunstancias en las que vive, tales como dónde nació y dónde habita; o bien, según sus características individuales, como ser mujer, indígena o persona con discapacidad. Aunque esto ocurre en prácticamente en todo el mundo, el tamaño que tienen las brechas que separan a un grupo social de otro en un contexto específico es lo que determina, en mayor medida, que un sistema sea más desigual que otro.

Ambos problemas, la falta de calidad en los aprendizajes y la prevalencia de la desigualdad, se han agravado en esta pandemia. Quienes más obstáculos encontraban para seguir estudiando y recibir una educación de calidad, ahora se encuentran en una situación de mayor riesgo. Las acciones focalizadas y estrategias remediales para atender estos dos retos no se contraponen; de hecho, conviene emprenderlas de manera simultánea. Frente al cuestionamiento de si la calidad y la igualdad son objetivos de política educativa mutuamente excluyentes, estudios recientes demuestran que no existe evidencia que sustente una relación negativa entre ambas características; al contrario, los países con mejores resultados en una de estas dimensiones también tienden a presentar mejores resultados en la otra.

En resumen, y continuando con la metáfora de la UNESCO, el control del incendio que estamos viviendo es el primer paso en la tarea de mejorar el servicio educativo que se ofrece en cada país. Para dar este paso, debe partirse de las tres premisas que aquí han sido delineadas. La primera consiste en identificar los materiales locales con los que vamos a reponer las paredes o puertas afectadas (trajes a la medida). La segunda implica fortalecer los cimientos para construir, con solidez y durabilidad, los procesos de cambio (empoderar a cada comunidad escolar). La tercera es fortalecer los procesos de enseñanza y aprendizaje que se ofrecen en las habitaciones de la casa (calidad) y hacer de la morada algo tan abierto e inclusivo que permita que todas las personas puedan y deseen retomar sus procesos formativos (igualdad).

Ana María Zorrilla Noriega

Ana María Zorrilla Noriega

Profesora de Medio tiempo
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Un comentario Agrega el tuyo

  1. Mundo ITAM dice:

    Probando

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